Texto de la conferencia pronunciada en el Centro de Creación Contemporánea “Espacio Tangente”
De la ciudad de Burgos, el día 20 de marzo de 2010, en el transcurso de un acto público organizado por la Asociación Claudio de Burgos, en el que también intervino Víctor Villar.
(···) más allá de los programas y las acciones de gobierno de los diferentes partidos políticos: acercarnos, conocer, analizar, debatir y reflexionar sobre la situación presente de la discapacidad, es, en sí mismo, un paso firme en el buen sentido; un paso hacia una sociedad más justa y ecuánime; hacia una sociedad más decente.
(···) Todos los seres humanos nacemos libres y diversos en identidad y circunstancias, pero iguales en dignidad y derechos, y, dotados como estamos de razón y conciencia, debemos coexistir y comportarnos fraternalmente, sin distinción de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.
Y todo eso, lejos de ser una mera declaración formal, lejos de ser un mantra o la expresión utópica de un puñado de adolescentes, ingenuos e idealistas; lejos de ser una vacía declaración-fetiche, para memorizar sin comprender... la simple afirmación de que nadie es más que nadie, constituye en realidad, el mejor punto de partida para comprender las circunstancias de algunas y algunos de nosotros, a quienes llevamos largos milenios empeñados en ignorar y excluir por comodidad, por costumbre, porque no son como nosotros, por ignorancia, por desdén, por suprestición, porque “eso a mi no me pasará”, porque “tenemos asuntos más importantes que atender”, porque “no hay presupuesto”, porque “es imposible”, porque “no pueden”...
En definitiva, porque llevamos demasiado tiempo creando una sociedad “sólo para algunos”, preferentemente: una sociedad para hombres caucásicos, de mediana edad, católicos, nacidos aquí, de “buena posición”, “gente de orden”, “normales” y con una familia “normal”.
A todo eso, cabe preguntar, qué significa “ser normal” y cuántos lo son.
El caso es que quizá no seamos normales, quizá nadie consiga serlo del todo, pero en cualquier caso, lo cierto es que todos tenemos derecho a tener derechos. Tenemos derechos, reconocidos o no, respetados o no, pero en cualquier caso: tenemos derechos y aquí estamos para reivindicarlos, para exigir lo nuestro, para todas y todos, contra nadie.
En el fondo, se trata de una idea sencilla, pero —literalmente— revolucionaria: la ciudadanía abarca a toda la Familia Humana. No hay una “sociedad sólo para algunos”, y por ello, a partir de aquí, debemos educar, legislar y actuar en consecuencia, tanto en la esfera pública como en lo particular: como parte de lo correcto, sin esperar mayor recompensa que la rotunda seguridad de formar parte de una Alianza de Civilizaciones que progresa en beneficio de todas y todos, sin excepción.
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Cuando se vulneran los derechos de una persona, el desafío es contra los derechos de todas las personas; y ser directa y personalmente la víctima, no es tanto una cuestión de buena o mala suerte, como una simple cuestión de tiempo.
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Convendría que conocieran sobre el terreno, los problemas derivados de la pervivencia de barreras arquitectónicas, todavía en pleno año 2010; que conocieran los efectos sobre algunas personas, de las carencias de nuestro sistema educativo y la dejadez de la información institucional; que conocieran en propia piel, la brusquedad con guante de seda y la indefensión sistémica ante la discriminación laboral de las personas con discapacidad, acrecentada por pretextos absurdos como la Crisis Económica, como si esta fuera una razón de más para prescindir de los colectivos “menos normales”; convendría que conocieran el grado de incumplimiento de la legislación sobre dependencia; el grado de incumplimiento de la legislación en materia de igualdad de oportunidades; el grado de incumplimiento de la legislación sobre acceso a la cultura; que sintieran el efecto de la inacción en materia penal —en concreto, la falta de interés por actuar de oficio que reiteradamente viene demostrando la Fiscalía—; que conociera el desamparo judicial en el que se encuentran muchas personas, que se supone que tienen la misma dignidad y los mismos derechos que cualquier otra persona.
Es cierto es que en poco tiempo hemos avanzado mucho, pero no deberíamos permitir que eso nos desmovilice, como un bálsamo de “ya hemos cumplido”, porque todavía queda mucho por hacer:
Queda mucho por hacer ante los casos en los que se superponen varios tipos de discriminación sobre la misma persona con discapacidad. No lo olvidemos: en Matemáticas quizá sea de otro modo, pero en este caso, menos por menos, no es más, sino todo lo contrario. Así, cuando hablamos de Mujer y discapacidad; cuando hablamos de minorías por orientación sexual o identidad de género y además con discapacidad; cuando hablamos de migración y discapacidad; cuando hablamos de drogodependencia y discapacidad; de personas mayores y discapacidad, exclusión social y discapacidad... podemos ver hasta qué punto puede llegar a resultar inaccesible todo este tenderete consumista al que llenos de un orgullo equivocado, nos atrevemos a llamar “el Sistema”.
Sólo a través de la empatía y el conocimiento mutuo, seremos capaces de comprender con humildad y reconocer que en muchísimos casos, los efectos de los diversos tipos de discapacidad podrían casi desaparecer, si fuéramos capaces de adaptar la sociedad, para hacerla más incluyente y respetuosa con la diversidad de circunstancias presentes entre quienes la componen.
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Queda mucho por hacer en materia de educación: es preciso incluir, revisar, ampliar y actualizar contenidos específicos en el currículo de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, y además, introducir contenidos transversales en los planes de estudio de todos los cursos de la enseñanza: primaria, secundaria, superior y de postgrado.
Queda mucho por hacer en la supresión de todo tipo de barreras arquitectónicas, tanto a nivel urbano como en el medio rural, como mínimo, en el ámbito de las Administraciones Públicas.
Queda mucho por hacer para erradicar el lenguaje discriminatorio, para superar prejuicios y estereotipos insultantes y vejatorios, expresiones necesariamente injustas, que contribuyen a mantener vestigios de lo peor de los tiempos pasados.
La Edad Media quedó atrás, es preciso acabar con el fenómeno de la discriminación indiscriminada, y además, hacerlo desde una sinceridad que sólo puede proceder de la compensión razonada, sometida a crítica y dotada de argumentos contrastados en plena libertad.
No se trata de cambiar vejación por eufemismos, ni de implantar un lenguaje de lo políticamente correcto, edificado sobre la nada, en el que cuesta diferenciar entre falsa buena educación e hipocresía descarada... No. Lo que hace falta es aprender a respetar y reflejar ese respeto en el lenjuaje.
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Queda mucho por hacer en materia de políticas de igualación activa, entendida no como una “discriminación de nuevo cuño”, sino como la superación de una larga etapa de ignominia, en la que se pretendía sostener la falsa ilusión de que la sociedad no es como realmente es.
La Ley y el Estado deben garantizar la efectiva igualdad de oportunidades de las personas con discapacidad, para que puedan acceder a todos los niveles de la educación, para incorporarlas en la actividad laboral, en la Administración Pública y en los órganos de dirección de todo tipo de organizaciones democráticas, empezando por los partidos políticos, la Judicatura, las Cámaras Legislativas y el propio Gabinete de Gobierno.
Queda mucho, muchísimo por hacer, en materia de visibilidad. Esconder es, probablemente, la forma más cruel, cobarde y antidemocrática de perpetuar una situación injusta. Dicen que aquello de lo que no se informa, es como si jamás hubiera tenido lugar... ocultar abunda en la ignorancia, y esta conduce a la barbarie, al imperio de lo arbitrario.
Es importante que empecemos a ver a algunas de las capacitadísimas personas con discapacidad (que no solo las hay, sino que no hace falta ir muy lejos para encontrarlas), es importante que las empecemos a ver ocupando puestos de relevancia efectiva y proyección pública. Como hacer es la mejor forma de decir, ese será el modo más coherente de hacer llegar un mensaje muy claro a la población: no solo nadie es más que nadie, además, ninguna persona vale menos que otra. Porque las palabras están muy bien, pero la voluntad política se expresa en listas y presupuesto.
Porque una sociedad que no nos incluya a todas y todos, no es digna de ser llamada sociedad. Por eso, y porque cada persona constituye una minoría individual, llegamos a la conclusión de que el respeto a las minorías es la mejor garantía para los derechos del conjunto de la sociedad. (···)